domingo, 14 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 6) 1ra Parada: la dimensión desconocida...

Mejor no dar nombres ni ubicaciones geográficas. Estuvimos en un no lugar. Uno de esos sitios que se repiten a lo largo y ancho del territorio y sirven para entender muchas de las cosas que definen el estado de "evolución" de un país. Ahí pasamos la primera noche; justo en la frontera entre dos provincias. Pero lo mismo habríamos encontrado en cientos de otros pueblos o ciudades, más grandes o más pequeños... 
Los que estén interesados en leer relatos cómicos y descripciones livianas, tienen la oportunidad de saltear este capítulo. Después no digan que no les avisé. 


Por fin llegó el día de retomar el escaraviaje. No somos viajeros prolijos; nunca logramos salir antes del mediodía. Volvimos a partir rumbo a los lagos del Sur, desde el Rancho Alegre de Flor, a la una menos cuarto de un día de calor pesado. Arrancó Ray Charles en el estéreo y nos fuimos sacudiendo al ritmo de las calles poceadas de Maschwitz. Ray decía: "I´ve got a woman" y yo tenía esa misma mujer a mi lado. (Dale rosca al volumen y escucha el tema que elegimos para la partida: https://www.youtube.com/watch?v=CnI_LuCJ4Ek ) 

Supermachke y su infaltable ayudante Beto, habían hecho un trabajo a fondo en el motor, los frenos, la dirección y, todo lo que no estaba 10 puntos, quedó como para ir hasta el Faro del Fin del Mundo. Pero siempre algo puede fallar y veníamos medio mufados. Sin embargo, escribo estas líneas desde un ecohostel en Malargüe, 1.600 kilómetros después de partir. Es lo bueno de leer una crónica que se escribe varios días más tarde: cada tanto tenés un adelanto. 

Veníamos como un tren. Con las últimas luces del día paramos en una YPF del Automóvil Club Argentino y nos faltaban apenas 60km para llegar al destino elegido. No intenten descifrar dónde era; hay cientos de lugares a esa distancia de una estación del ACA. Nos paró la policía. La ruta se había derrumbado un poco más adelante. Justo antes del pueblo donde habíamos reservado un cuarto de hotel. Algo nos advirtió la cajera del peaje mientras nos cobraba. Somos animales amansados; pagamos por una ruta que está cortada. Y aunque no lo estuviera, nos cobran peaje por caminos donde le pasamos raspando a los camiones que vienen de frente. De eso trata este capítulo. De lo acostumbrados que estamos a que casi todo esté como el orto. 

Después nos enteramos; la ruta no se había derrumbado sino que la derrumbaron intencionalmente para permitir el escurrimiento del agua de lluvia que amenazaba inundar los pueblos. Cuando alguien planifica y construye una ruta, ¿no se toma en cuenta el relieve de la zona, como para prever suficientes pasos para las aguas? ¿Cuánto gastamos en romper y arreglar una ruta y en las pérdidas que generan las inundaciones causadas por esa ruta; solo porque no se hacen las cosas bien? Sin duda muchísimo más de lo que costaría una buena autopista; que además ayudaría a reducir la espantosa cantidad de accidentes que sufrimos cada día. En cada caminera se ven montones de fierros retorcidos que hace poco fueron automóviles, donde viajaban personas como nosotros. Estamos obsesionados con el dengue y las alimañas que vienen flotando en los camalotales. Mientras tanto, seguimos corriendo a toda máquina por esos mataderos de asfalto que desarman vidas en un instante. 

Para llegar al hotel teníamos que tomar un desvío y hacer ciento veinte kilómetros demás. Se nos vino la noche y, con ella, el parabrisas del auto se llenó de bichos aplastados que impedían ver. Las luces de los vehículos que venían de frente, nos dejaban ciegos al refractarse en esa masa gelatinosa que cubría el vidrio delantero. En muchas partes del recorrido, el matadero no tenía las líneas pintadas. Cruzarnos con un camión pasó a ser un juego de embocar justo el auto, entre la vida y la muerte. No había ni siquiera banquinas donde parar. En cada cruce yo me concentraba con todo mi ser. Llevo toda una vida al volante y sigo sin comprender porqué tenemos que viajar en estas condiciones. ¿No estamos en el Siglo XXI ya? ¿Cuánto más hay que esperar para que llegue el futuro? 

El Escarabajo seguía surfeando las olas de viento que lanzaba cada camión que cruzábamos. Yo esquivaba los pozos y los camiones, sin ver el borde despintado del asfalto. Cada tanto aparecía un cartel ilegible, con las letras desteñidas por el tiempo. En el fondo más oscuro de la noche, empezamos a ver los resplandores de una tormenta... 

Me acordé de un capítulo de La Dimensión Desconocida. Ese en el que los protagonistas van de noche por una ruta y se topan con una curva que no está señalada. Todo sucede como si tuvieran un accidente fatal pero de pronto, inexplicablemente, la escena se calma y estacionan delante de un bar, junto al camino. Todavía conmocionados y sorprendidos de estar sanos y salvos, entran al bar que está lleno de gente. Al cabo de un rato se dan cuenta de que todos los que están allí, son viajeros que, como ellos, no alcanzaron a doblar en esa curva... Viendo los rayos anaranjados que rajaban la gelatina del parabrisas, sentí que habíamos entrado en la dimensión desconocida. 


Corríamos hacia el oeste; donde caían los rayos que venían a nuestro encuentro. Pero sabíamos que el desvío tenía una curva de noventa grados hacia el norte y si llegábamos antes, lograríamos escapar por poco de la tormenta. Por fin alcanzamos ese cruce y viramos a estribor. Ahora era cuestión de lanzar nuestra burbuja de plata a la mayor velocidad que nos permitiera el motor en ablande. Atrás, el cielo estallaba en pedazos. Pasamos al único camión que iba en nuestro mismo sentido. Lo pasé como a un poste. Flor se puso a imaginar lo que pensaría, al vernos pasar, ese camionero que cargaba una noche de estruendos naranjas y violetas. También él estaba en la dimensión desconocida. El Escarabajo era una alucinada máquina del tiempo; marcaba 90 pero viajaba a la velocidad de la luz. 

Llegamos al pueblo sin nombre del hotel sin nombre. Le sacamos un par de horas de ventaja al camión de los truenos, los rayos y el granizo. Todo estaba oscuro, hasta que una mujer apareció de las sombras y condujo a Flor hacia nuestro cuarto. Yo demoré algo en cerrar el auto y darle un beso de agradecimiento en el techo. Me arrastré rumbo a la habitación y cuando vi una puerta con luz, entré. Encontré un voluminoso cuerpo desnudo, en una confusa postura de espaldas. Por una fracción de segundo pensé con espanto, cómo había engordado Flor... Por suerte reaccioné a tiempo y salí de la pieza antes de que el mastodonte me viera. En la puerta de al lado, encontré a mi amada y por fortuna había adelgazado! A veces, uno se equivoca de puerta en la vida... 

Ahora viene la peor parte de mí: cuando empiezo a ver en detalle todo lo que está mal. Es un afán perfeccionista que me toma por completo y me convierte en un ser insoportable. Sin embargo, no es que yo no pueda evitar esa mirada y las opiniones lapidarias que surgen de ella; aún no quiero deshacerme de ese monstruo. Cuando logro domesticarlo, se vuelve soportable y hasta puede resultar interesante. De todos modos, a la mañana siguiente, desde la ventana del sabroso desayuno incluido, todo se vería mejor y cobraría otro sentido. 


¡Qué importante es lo que se huele al entrar a un cuarto de hotel! Aquí me recibió un tufo encerrado y caluroso que olía a lavandina y perfume ordinario. Las aspas del ventilador de techo, trataban en vano de disipar la pesadez del aire. Intenté buscar entre las ocho posiciones del selector, la de mayor velocidad. En todas seguía el mismo rechinar lento. Pensé en Atahualpa y los ejes de su carreta. Por las dudas lo deje en "8". 

Si la atmósfera es importante, el baño es crucial. Cuando no hay nadie con cierto sentido estético a cargo del diseño, es poco probable encontrar algo de refinamiento en el resultado. Aquí, los sanitarios, la ducha y los revestimientos, tenían menos onda que azulejo de morgue. Y este era el mejor de los hoteles que encontramos, en cien kilómetros a la redonda, buscando por internet en Booking. Igual nos duchamos para sacarnos el sudor del estrés del matadero. Yo me lavé los dientes -cosa que no suelo hacer muy seguido- y, desafortunadamente, encontré que el agua de la canilla era salada.  

Nos acostamos a dormir; el ambiente no inspiraba para otra cosa. Cuando pude entrar en el sueño, me sobresaltó un sonido fuerte y extraño. Era una mezcla de rebuzno y ladrido. El último estertor de un animal prehistórico que vino del otro lado de la pared. Era la tos del mastodonte. Cada vez que tosía retumbaba toda la pieza. Por cómo se oía, cada tos parecía ser la última. Pensé: "Si está todo el hotel vacío, -porque nadie viene a causa del desvío de ciento veinte kilómetros-, ¿cuál es el sentido de poner a los dos únicos huéspedes en habitaciones contiguas?" El mastodonte se murió. O quizás yo me dormí, arrullado por la lluvia que por fin nos alcanzó... 


A la mañana todo volvió a ser normal. El lugar era tan lindo como se veía en las fotos de la web, (donde no había imágenes del baño). En el comedor nos esperaba una joven muy alegre que nos sirvió un rico desayuno, con pan y dulce caseros. Nos contó su historia y de pronto yo, con mis exigencias de aristócrata, me sentí un perfecto pelotudo. La chica había llegado hacía tres años, desde su tierra natal en el Noreste, escapando de la esclavitud. Allí, los sueldos de las mujeres que hacen servicio doméstico, configuran situaciones de verdadera esclavitud. Nos habló acerca del robo de bebés y el uso de vientre de las sirvientas que luego de entregar sus hijos recién nacidos, son echadas a la calle de la peor manera. Para esta mujer llena de risas y alegría, este no lugar era el Paraíso. Sentí vergüenza de mí mismo, mientras salíamos del hotel. La única dimensión desconocida era mi propia ignorancia. Aunque sin embargo, no dejo de ver el subdesarrollo en el que todavía estamos. 


Salí de nuevo a la ruta, puse el Escarabajo a noventa y abrí el ventilete. Tal vez con los kilómetros se me fueran refrescando las ideas. Si no, la próxima parada en Mendoza, me aflojaría con unos buenos vinos. 

Continuará... (Cap. 7) No nos duran los duraznos  



2 comentarios:

  1. el perfecionismo mata... la indiferencia tambien!
    se trata de un entrar y salir del eje. nunca se encuentra un orden perfecto y hay que bancarsela! siempre estamos en construccion.
    aguante los escaraventureros!!!

    ResponderBorrar
  2. Triste realidad la del estado de nuestras rutas ...y el subdesarrollo del quinto mundo que es este cono al sur del planeta tierra

    ResponderBorrar