viernes, 26 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 9) En la sombra del caballo

Encontrar en la literatura un final más bello y mejor escrito que la última página de Don Segundo Sombra, no es una tarea fácil. Incluso sin conocer la historia de la novela, uno se conmueve profundamente por el modo en el que están reunidas las palabras. Alcanza con respirar un instante la poética gauchesca de Güiraldes, para quedar contagiado por siempre con la melancolía de las pampas. Permanece en nuestra identidad aunque jamás lo hayamos leído. Aunque nunca hayamos montado un caballo. Alguien que hubiese nacido ciego podría ver, en la sonoridad de esas líneas, la traza de un horizonte inalcanzable. Un mar que se ha hecho tierra y que nos ha dejado cabalgando en la añoranza. 

Este es el último párrafo de esa novela que nos obligaban a leer en el colegio: 

"...No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra." 


Nuestros relatos son pequeños. Están hechos con los retazos que alcanzamos a manotear junto al camino. Son pocillos de café instantáneo; tienen espuma y buen aroma pero les falta el sabor de la tardanza. No hay caso; no me es posible escribir sin seguir en el poderoso influjo del modo de Güiraldes. Es como meterse al río y pretender salir seco. 


Al llegar a Malargüe, cruzamos el centro del pueblo con el envión de la ruta, hasta que por fin nos detuvo un semáforo. Eso nos dio tiempo para leer el cartel con la flecha, al otro lado de la calle. El día se estaba yendo. Seguimos las flechas de los carteles como en la búsqueda del tesoro y llegamos a una gran casa de adobe con botellas de colores y parabrisas de autos que hacían de ventanas. No tenía la estética que yo elegiría pero igual me gustó. A flor le encantó, así que nos quedamos. Esa sería nuestra primera noche en la Ruta 40. Ya habíamos andado mil seiscientos kilómetros. 



Lo presentí detrás de la tropilla que corría hacia el corral. Primero escuché las voces que daba y por fin apareció de a pie, arriando potros y yeguas. Al vocear abría los brazos con un ademán que yo conocía pero que no supe interpretar del todo. Los animales lo obedecían como los músicos al director de orquesta. Entraron en fila india al corral y el hombre cerró la tranquera tras el último. Era hora de dormir en la sombra que produce la tierra, cuando el sol se cae del plato. Un moro de pelo atigrado de grises, se echó de costado. Después supe por él que los animales hacen eso cuando están enfermos o si se sienten muy tranquilos y confiados. Me explicó que esa era su clave para la doma, la confianza. 



Usaba una boina que alguna vez fue blanca y una barba negra que completaba el dibujo de su cabeza. Lo encontré a la mañana siguiente en el corral y nos hicimos amigos con pequeños gestos, casi sin hablar. Se llamaba Diego y su vida cobraba sentido, en la sombra de los caballos. Allí este hombre bueno tenía su misión. Se dedicaba a cuidarlos y domarlos. Pero no lo vi usar modales agresivos para imponer su autoridad de domador. Él prefería usar la ternura, sabiamente equilibrada con una necesaria cuota de firmeza. "Doma racional", -me dijo-, "eso es lo que yo hago; lo aprendí de un viejo criador en el campo." Me contó algunas de las tareas que realizaba en su labor. Eran cosas simples pero conmovedoras. Sin embargo, yo no sé cómo reproducir ahora esa simpleza. Su decir campero, el lugar y la ocasión, creaban un espacio de magia que no consigo repetir en la escritura. Me sobran palabras y me falta hondura para evocar lo que él me contó. Solo se me ocurre que lo más bello y parecido que puedo acercar, es el silencio...  

Tuve la suerte de llegar justo en el momento en que se disponía a montar por primera vez a una potranca con la que venía trabajando. Toda su sensibilidad y su concentración estaban comprometidas en ese vínculo. Sabía que cada gesto, cada pausa, eran tomados en cuenta por el animal. Los dos se observaban y se percibían, cada uno con sus capacidades. Yo advertí esa conexión y encontré un lugar desde donde ser parte y colaborar. Él me dejó. No creo que por cortesía, sino porque yo entendí lo que estaban haciendo y me sumé de modo natural a ese juego. Me hablaba despacio y sereno. "Tengo que entrar en los miedos de cada animal para ganar su confianza. Es como meterse en la sombra del caballo y darle paz para que deje de asustarse."  

Poco a poco, fue colocando sobre el lomo de Nieves cada una de las capas de la montura. La potranca lo dejaba hacer. Sus orejas eran la señal que servía para saber si algo la molestaba. Las tenía erguidas y en alerta. Mientras estuviera así, íbamos bien. Si las bajaba hacia atrás, significaba enojo o miedo. Diego la acariciaba con la dulzura justa. Era una forma viril de ternura. Yo no podía contener mi necesidad de mimarla como a un bebé. Entre los dos la hacíamos sentir muy bien. 



Diego la provocaba pasándole por detrás y arrimándole su cuerpo por el lado derecho, que es el que más incomoda a los caballos. Así lograba que ella se confiara más. Por fin llegó el momento y se decidió a montarla. Hubo algunos movimientos de resistencia de la potranca pero la firmeza de Diego pudo con ellos. La montó sin que el aire del corral sufriera la menor alteración. La hizo caminar y hasta galopar dentro del círculo de palos. En el sentido del reloj y también al revés; como para que volviera a su origen. No hubo golpes de rebenque, ni gritos, ni maltrato. Nieves y Diego giraban en su danza de amor y confianza mutua. No había sometimiento ni dominación; era el complemento de dos animales que acordaban una sociedad de mutuo beneficio y respeto. No vi que ninguno se sintiera superior al otro. La violencia aparece cuando el domador se siente impotente o es alguien que todavía no ha aprendido nada acerca del amor. 



Teníamos varios miles de kilómetros por delante. Me subí a mi flete, el Escarabajo, y nos fuimos con la Flor por la Ruta 40, hacia los lagos del Sur. El viaje suele traer destinos insondables. 

Continuará... (Cap. 10) Mejor no pino


jueves, 25 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 8) Pequeño Escarargot Ilustrado

El presente diccionario escarargot/español, contiene bellas imágenes que, sin embargo, no cumplen la función de ayudar a la comprensión del significado de las palabras. Por el contrario, dada la intención didáctica de esta original entrega, -que en un esfuerzo de producción hacemos llegar hasta el lector-, dichas fotografías buscan distraer al aplicado aprendiz del idioma escarargot, para obligarlo, aún más, a concentrarse en la memorización de los vocablos. Aclaramos esto para no dar lugar a malas interpretaciones, frente a la inutilidad de las ilustraciones. No quisiéramos que algún lector pudiera suponer que son fotos tomadas durante el escaraviaje que no sabíamos dónde meterlas… 













Para amenizar el aprendizaje del escarargot, hemos incluído un divertido juego de ejercicios, con preguntas y respuestas. La idea pretende estimular, en todo aquel que se inicia en esta lengua, la capacidad de encontrar por sí mismo el significado correcto de los vocablos. Lo cual resultará sin dudas muy útil, para comprender las reglas lingüísticas que dan forma a este idioma. Dado que el escarargot es un dialecto en desarrollo, esto también puede servir para que los estudiantes propongan nuevas palabras creadas por ellos mismos. Vocablos que, de ser aceptados por la Real Academia Escarargótica, pasarán a ser incluidos en este diccionario. 












DICCIONARIO ESCARARGOT/ESPAÑOL

Escaraviaje: travesía en automóvil.

Escarabela: barco, embarcación.

Escarapálida: muerto/a, finado/a; también puede utilizarse para hacer referencia a las personas de raza blanca.

Escaramelo: dulce, golosina; aplícase también a los varones amanerados o con modales marcadamente femeninos. En el slang del barrio se lo caracteriza como: “el que anda con los cubiertos en el bolsillo”.  

Escarabina: arma larga; aplícase en la jerga de la calle, a las personas con don de mando o capacidad de liderazgo, (equivalente al vocablo lunfardo: poronga).

Escarabinero: policía.

Escarabinería: comisaría, estación de policía, control policial caminero.  

Escarpín; niño o niña recién nacidos. (Usos – Escarpín celeste: bebé varón; Escarpín rosa: bebé mujer; Escarpín blanco: bebé bisexual.)

Escarpado: complicado, difícil. (Ej.: “la cosa viene muy escarpada…”)

Escarapela: (sust.) pelapapas; (adj.) patriota; se aplica para definir a las personas que sienten orgullo por su tierra, sea ésta natal o de adopción.

PREGUNTA 1:
¿Cuál es el significado de la palabra escaramusa

EJERCICIO 1: 
Traducir al español el siguiente párrafo: 
El escarapálida era un escarabinero retirado que la palmó mientras comía en la escaramusa. No era un tipo muy querido pero igual vino el escarabina del barrio a dar un discurso, diciendo que: "Se ha ido un verdadero escarapela. Deja un escarpín que siempre lo extrañará". A todos nos llamó la atención que, el que más lloraba al escarapálida, fuera el escaramelo que vive a la vuelta de la escarabinería. 







Escartonero: reciclador. 

Escarmelita: monja. 

Escarmiento: palo de amasar. 

Escaraculo: funebrero. 

Escapotable: convertible; auto deportivo. 

Escarabajal: folklorista. 

Escaravana: embotellamiento. 

Escaradura: político. 

Escarpintero: mueblero. 

Escaipiriña: borracho. 

RESPUESTA 1: 
Escaramusa: trifulca en una pizzería. Aplícase también por extensión, a los establecimientos gastronómicos donde se venden pizzas.  

PREGUNTA 2: 
¿Qué significa escarbadientes

EJERCICIO 2: 
Traducir el siguiente párrafo: 
El escaradura se apareció en un escapotable importado, con una rubia teñida que no tenía mucho aspecto de escarmelita. Parece que andaban bastante escaipiriña y se llevaron puesto el carro del escartonero. Se armó una escaravana en la avenida, con todos los que iban al recital del escarabajal chaqueño. Empezaron los gritos y salió el escaraculo a pedir silencio en respeto al escarapálida del velorio. El escarpintero, que había visto el choque desde su negocio, empezó a correr al escaradura blandiendo un escarmiento. Dicen que lo alcanzó, porque después se vio al escapotable, varios días estacionado en lo del escarbadientes. 











Escapa: reina. 

Escapo: rey. (ej.: "En la posada La Farfalla de Chos Malal, nos trataron a cuerpo de escapo.") 

Escarapente: Avión; aplícase a todo tipo de naves o aparatos que vuelan. 

Escafandra: (sust.) buzo. Aplícase a las personas poco sociables que permanecen aisladas o apartadas de los demás. 

Escarufo: objeto volador no identificado. 

Escalera: trepador; dícese de la persona que es capaz de tener actitudes desleales, deshonestas o inescrupulosas, con tal de conseguir un ascenso. 

Escaparate: fugitivo. 

Escarguero: tren. 

Escarnívoro: carnicero. 

Escarnaval: disfrazado; aplícase también a los que tienen mal gusto para vestirse o que combinan de manera muy llamativa los colores de su vestuario. 

RESPUESTA 2: 
ESCARBADIENTES: dentista, odontólogo. 

PREGUNTA 3: 
¿Qué significa escalpelo? 

EJERCICIO 3: 
Traducir el siguiente cuento corto: 
El escarapente privado se detuvo y un enjambre de periodistas y reporteros lo rodeó como si se tratara de un escarufo. Se abrió la escotilla y ella salió hecha una escapa. Adelante iba el escalera que ahora es su asistente, tratando de apartar a la prensa. De pronto se oyen disparos y aparece en escena un escaparate perseguido por los escarabineros. Con el mameluco a rayas, parecía un escarnaval salido de alguna fiesta. El escaparate agarró a la escaralinda y le puso un cuchillo de escarnívoro en la garganta. Todos se abrieron como si hubieran soltado una bombita de mal olor y nadie atinaba a hacer nada. Del grupo de fans de la artista, salió un gordo que arremetió como un escarguero y, en menos que canta un gallo, el escaparate quedó fuera de combate. La escapa se desmayó y el gordo se la llevó en brazos, convertido en su héroe.    

Continuará... (Cap. 9) En la sombra del caballo 


miércoles, 24 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 7) No nos duran los duraznos

“¡Venimos a devolverte el envase! ¡¿A qué nunca antes llegó alguien desde Buenos Aires a traerte de vuelta el frasco?!”, le gritó Anibal al hombre mientras se bajaba del Escarabajo y lo saludaba con un fuerte abrazo. 


La historia comienza cuando sentados a la mesa de una estación de servicio rutera, comimos varias mitades de duraznos en almíbar. Tantas que no quedó ninguno, no nos duran. Las Arabias es nuestra marca preferida, son orgánicos, vienen en frascos de vidrio y los venden en los almacenes naturales. 


Anibal me contó que de chico lo apodaron “Anibal, duraznos en almíbar”. Una vez, cuando sus padres se fueron de viaje, habían quedado 24 latas en la despensa. Llegada la noche, sin ganas de cocinar, se servía una lata entera y se la devoraba. Las abría por la parte de abajo, las lavaba y dentro colocaba una piedra. Así, cuando llegaran sus padres, al menos no notarían de entrada que esa había sido la monótona cena de su hijo adolescente durante casi un mes.

Sin mucho más que hacer en la estación de servicio, leímos la letra chica de la etiqueta y nos sorprendimos al enterarnos de que nuestros duraznos favoritos los hacen cerca de San Rafael, en Mendoza. Hacia allá íbamos, así que decidimos visitar a los productores.
Después de hacer más de 400 kilómetros atravesando La Pampa, San Luis y de que nos decomisaran una ciruela al entrar a la provincia vitivinícola, encaramos hacia la calle Las Arabias sin número. Era el único dato que teníamos. 


Gracias a ese objetivo tuvimos la oportunidad de conocer por dentro plantaciones de ciruelas, duraznos, olivos y viñedos en la época más productiva y exuberante del año. Creyendo que era el lugar correcto, es decir, la calle Las Arabias, entramos y salimos de diferentes campos, llegando hasta el fondo de las hectáreas cultivadas y volviendo a salir. “No, acá no es, en la próxima entrada”, nos decían una y otra vez.  

Finalmente, una mujer nos señaló el galpón donde producen y envasan las frutas. Claudio, el dueño, y su ayudante, Néstor, se quedaron atónitos cuando les contamos que, viniendo de tan lejos, nos tomamos el tiempo para ir a felicitarlos por los deliciosos duraznos que fabrican. Orgullosos nos mostraron las instalaciones y nos contaron que adquieren la materia prima de un grupo de productores que están unidos para abastecerse los unos a los otros. Nos fuimos contentos, provistos de nuevos frascos. Antes de irnos nos dimos como cinco besos y salimos tocando bocina y agitando los brazos como si nos despidiéramos de grandes amigos a los que no veríamos por un largo tiempo. 




Del cañón a la fonda 
Nuestro próximo destino era Malargüe, pero no queríamos dejar San Rafael sin haber recorrido el Cañón del Atuel. Salimos a media mañana y encaramos la ruta que nos llevaría a la profundidad misma de las montañas. En ese momento Anibal se dio cuenta de que si nos apurábamos podíamos volver a tiempo al pueblo para almorzar en la fonda Doña Emilia. El día anterior lo habíamos intentando, pero como llegamos tarde y la cocina acababa de cerrar, nos conformamos con un sándwich de jamón crudo –la especialidad de la zona- mientras todos a nuestro alrededor comían unos suculentos platos caseros. 

Hicimos un total de 160 kilómetros (36 en el cañón) alucinados con la forma y el color de las piedras. Rocas prolijamente talladas por el viento y los años: amarillas por la presencia de óxido de azufre, verde por el óxido de cobre, rojizas por el óxido de hierro y tantos otros colores que vaya uno a saber de qué provienen. 

Observamos el rastro de arroyos y cascadas secos, cuevas, embalses que forman enormes espejos de agua, represas hidroeléctricas, imponentes picos y caminos de curvas cerradas que recorrimos a más velocidad de la prudente para llegar a tiempo a la fonda. 

Arribamos a Doña Emilia con la lengua afuera, de correr y del hambre, pero llegamos para deleitarnos con el menú del día: entrada de jamón crudo, queso, aceitunas y pan casero; empanadas de carne fritas (que guardamos para la noche) y una bandeja gigante de chivito con papas fritas. Nos chupamos los dedos y, con previa autorización de los dueños del lugar, dormimos la siesta debajo de un esquelético árbol que encontramos en la playa de estacionamiento. 


Más tarde, encaramos hacia el desierto y la cordillera de Los Andes. Un par de horas antes del anochecer llegamos por fin a la ruta 40. En Malargüe, unos carteles nos guiaron hacia el Eco Hostel, un bello lugar donde nos sentimos lo suficientemente cómodos como para empezar a escribir los relatos sobre los primeros días del viaje. 

Continuará... (Cap. 8) Pequeño Escarargot Ilustrado



domingo, 14 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 6) 1ra Parada: la dimensión desconocida...

Mejor no dar nombres ni ubicaciones geográficas. Estuvimos en un no lugar. Uno de esos sitios que se repiten a lo largo y ancho del territorio y sirven para entender muchas de las cosas que definen el estado de "evolución" de un país. Ahí pasamos la primera noche; justo en la frontera entre dos provincias. Pero lo mismo habríamos encontrado en cientos de otros pueblos o ciudades, más grandes o más pequeños... 
Los que estén interesados en leer relatos cómicos y descripciones livianas, tienen la oportunidad de saltear este capítulo. Después no digan que no les avisé. 


Por fin llegó el día de retomar el escaraviaje. No somos viajeros prolijos; nunca logramos salir antes del mediodía. Volvimos a partir rumbo a los lagos del Sur, desde el Rancho Alegre de Flor, a la una menos cuarto de un día de calor pesado. Arrancó Ray Charles en el estéreo y nos fuimos sacudiendo al ritmo de las calles poceadas de Maschwitz. Ray decía: "I´ve got a woman" y yo tenía esa misma mujer a mi lado. (Dale rosca al volumen y escucha el tema que elegimos para la partida: https://www.youtube.com/watch?v=CnI_LuCJ4Ek ) 

Supermachke y su infaltable ayudante Beto, habían hecho un trabajo a fondo en el motor, los frenos, la dirección y, todo lo que no estaba 10 puntos, quedó como para ir hasta el Faro del Fin del Mundo. Pero siempre algo puede fallar y veníamos medio mufados. Sin embargo, escribo estas líneas desde un ecohostel en Malargüe, 1.600 kilómetros después de partir. Es lo bueno de leer una crónica que se escribe varios días más tarde: cada tanto tenés un adelanto. 

Veníamos como un tren. Con las últimas luces del día paramos en una YPF del Automóvil Club Argentino y nos faltaban apenas 60km para llegar al destino elegido. No intenten descifrar dónde era; hay cientos de lugares a esa distancia de una estación del ACA. Nos paró la policía. La ruta se había derrumbado un poco más adelante. Justo antes del pueblo donde habíamos reservado un cuarto de hotel. Algo nos advirtió la cajera del peaje mientras nos cobraba. Somos animales amansados; pagamos por una ruta que está cortada. Y aunque no lo estuviera, nos cobran peaje por caminos donde le pasamos raspando a los camiones que vienen de frente. De eso trata este capítulo. De lo acostumbrados que estamos a que casi todo esté como el orto. 

Después nos enteramos; la ruta no se había derrumbado sino que la derrumbaron intencionalmente para permitir el escurrimiento del agua de lluvia que amenazaba inundar los pueblos. Cuando alguien planifica y construye una ruta, ¿no se toma en cuenta el relieve de la zona, como para prever suficientes pasos para las aguas? ¿Cuánto gastamos en romper y arreglar una ruta y en las pérdidas que generan las inundaciones causadas por esa ruta; solo porque no se hacen las cosas bien? Sin duda muchísimo más de lo que costaría una buena autopista; que además ayudaría a reducir la espantosa cantidad de accidentes que sufrimos cada día. En cada caminera se ven montones de fierros retorcidos que hace poco fueron automóviles, donde viajaban personas como nosotros. Estamos obsesionados con el dengue y las alimañas que vienen flotando en los camalotales. Mientras tanto, seguimos corriendo a toda máquina por esos mataderos de asfalto que desarman vidas en un instante. 

Para llegar al hotel teníamos que tomar un desvío y hacer ciento veinte kilómetros demás. Se nos vino la noche y, con ella, el parabrisas del auto se llenó de bichos aplastados que impedían ver. Las luces de los vehículos que venían de frente, nos dejaban ciegos al refractarse en esa masa gelatinosa que cubría el vidrio delantero. En muchas partes del recorrido, el matadero no tenía las líneas pintadas. Cruzarnos con un camión pasó a ser un juego de embocar justo el auto, entre la vida y la muerte. No había ni siquiera banquinas donde parar. En cada cruce yo me concentraba con todo mi ser. Llevo toda una vida al volante y sigo sin comprender porqué tenemos que viajar en estas condiciones. ¿No estamos en el Siglo XXI ya? ¿Cuánto más hay que esperar para que llegue el futuro? 

El Escarabajo seguía surfeando las olas de viento que lanzaba cada camión que cruzábamos. Yo esquivaba los pozos y los camiones, sin ver el borde despintado del asfalto. Cada tanto aparecía un cartel ilegible, con las letras desteñidas por el tiempo. En el fondo más oscuro de la noche, empezamos a ver los resplandores de una tormenta... 

Me acordé de un capítulo de La Dimensión Desconocida. Ese en el que los protagonistas van de noche por una ruta y se topan con una curva que no está señalada. Todo sucede como si tuvieran un accidente fatal pero de pronto, inexplicablemente, la escena se calma y estacionan delante de un bar, junto al camino. Todavía conmocionados y sorprendidos de estar sanos y salvos, entran al bar que está lleno de gente. Al cabo de un rato se dan cuenta de que todos los que están allí, son viajeros que, como ellos, no alcanzaron a doblar en esa curva... Viendo los rayos anaranjados que rajaban la gelatina del parabrisas, sentí que habíamos entrado en la dimensión desconocida. 


Corríamos hacia el oeste; donde caían los rayos que venían a nuestro encuentro. Pero sabíamos que el desvío tenía una curva de noventa grados hacia el norte y si llegábamos antes, lograríamos escapar por poco de la tormenta. Por fin alcanzamos ese cruce y viramos a estribor. Ahora era cuestión de lanzar nuestra burbuja de plata a la mayor velocidad que nos permitiera el motor en ablande. Atrás, el cielo estallaba en pedazos. Pasamos al único camión que iba en nuestro mismo sentido. Lo pasé como a un poste. Flor se puso a imaginar lo que pensaría, al vernos pasar, ese camionero que cargaba una noche de estruendos naranjas y violetas. También él estaba en la dimensión desconocida. El Escarabajo era una alucinada máquina del tiempo; marcaba 90 pero viajaba a la velocidad de la luz. 

Llegamos al pueblo sin nombre del hotel sin nombre. Le sacamos un par de horas de ventaja al camión de los truenos, los rayos y el granizo. Todo estaba oscuro, hasta que una mujer apareció de las sombras y condujo a Flor hacia nuestro cuarto. Yo demoré algo en cerrar el auto y darle un beso de agradecimiento en el techo. Me arrastré rumbo a la habitación y cuando vi una puerta con luz, entré. Encontré un voluminoso cuerpo desnudo, en una confusa postura de espaldas. Por una fracción de segundo pensé con espanto, cómo había engordado Flor... Por suerte reaccioné a tiempo y salí de la pieza antes de que el mastodonte me viera. En la puerta de al lado, encontré a mi amada y por fortuna había adelgazado! A veces, uno se equivoca de puerta en la vida... 

Ahora viene la peor parte de mí: cuando empiezo a ver en detalle todo lo que está mal. Es un afán perfeccionista que me toma por completo y me convierte en un ser insoportable. Sin embargo, no es que yo no pueda evitar esa mirada y las opiniones lapidarias que surgen de ella; aún no quiero deshacerme de ese monstruo. Cuando logro domesticarlo, se vuelve soportable y hasta puede resultar interesante. De todos modos, a la mañana siguiente, desde la ventana del sabroso desayuno incluido, todo se vería mejor y cobraría otro sentido. 


¡Qué importante es lo que se huele al entrar a un cuarto de hotel! Aquí me recibió un tufo encerrado y caluroso que olía a lavandina y perfume ordinario. Las aspas del ventilador de techo, trataban en vano de disipar la pesadez del aire. Intenté buscar entre las ocho posiciones del selector, la de mayor velocidad. En todas seguía el mismo rechinar lento. Pensé en Atahualpa y los ejes de su carreta. Por las dudas lo deje en "8". 

Si la atmósfera es importante, el baño es crucial. Cuando no hay nadie con cierto sentido estético a cargo del diseño, es poco probable encontrar algo de refinamiento en el resultado. Aquí, los sanitarios, la ducha y los revestimientos, tenían menos onda que azulejo de morgue. Y este era el mejor de los hoteles que encontramos, en cien kilómetros a la redonda, buscando por internet en Booking. Igual nos duchamos para sacarnos el sudor del estrés del matadero. Yo me lavé los dientes -cosa que no suelo hacer muy seguido- y, desafortunadamente, encontré que el agua de la canilla era salada.  

Nos acostamos a dormir; el ambiente no inspiraba para otra cosa. Cuando pude entrar en el sueño, me sobresaltó un sonido fuerte y extraño. Era una mezcla de rebuzno y ladrido. El último estertor de un animal prehistórico que vino del otro lado de la pared. Era la tos del mastodonte. Cada vez que tosía retumbaba toda la pieza. Por cómo se oía, cada tos parecía ser la última. Pensé: "Si está todo el hotel vacío, -porque nadie viene a causa del desvío de ciento veinte kilómetros-, ¿cuál es el sentido de poner a los dos únicos huéspedes en habitaciones contiguas?" El mastodonte se murió. O quizás yo me dormí, arrullado por la lluvia que por fin nos alcanzó... 


A la mañana todo volvió a ser normal. El lugar era tan lindo como se veía en las fotos de la web, (donde no había imágenes del baño). En el comedor nos esperaba una joven muy alegre que nos sirvió un rico desayuno, con pan y dulce caseros. Nos contó su historia y de pronto yo, con mis exigencias de aristócrata, me sentí un perfecto pelotudo. La chica había llegado hacía tres años, desde su tierra natal en el Noreste, escapando de la esclavitud. Allí, los sueldos de las mujeres que hacen servicio doméstico, configuran situaciones de verdadera esclavitud. Nos habló acerca del robo de bebés y el uso de vientre de las sirvientas que luego de entregar sus hijos recién nacidos, son echadas a la calle de la peor manera. Para esta mujer llena de risas y alegría, este no lugar era el Paraíso. Sentí vergüenza de mí mismo, mientras salíamos del hotel. La única dimensión desconocida era mi propia ignorancia. Aunque sin embargo, no dejo de ver el subdesarrollo en el que todavía estamos. 


Salí de nuevo a la ruta, puse el Escarabajo a noventa y abrí el ventilete. Tal vez con los kilómetros se me fueran refrescando las ideas. Si no, la próxima parada en Mendoza, me aflojaría con unos buenos vinos. 

Continuará... (Cap. 7) No nos duran los duraznos  



martes, 9 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 5) En espera del escaraviaje

Siempre tomo los mates fríos, porque no le doy tiempo al agua para que se caliente. A veces la vuelvo a volcar del termo a la pava, prendo el fuego y le permito llegar a la temperatura justa. La mayoría de las veces no lo hago. Soy una persona impaciente. Pero en esta oportunidad, no quedó otra opción que aprender a esperar.

A Matzschke y su fiel ayudante Beto, les llevó unos veinte días poner el Escarabajo a punto, y a nosotros un par de semanas probarlo y ablandarlo. El viaje debía empezar el 24 de diciembre y terminar el día que volviéramos de la Patagonia. Por lo tanto, la espera en Maschwitz se convirtió en una parada más del itinerario. Así, en vez de hacer kilómetros de ruta, nos dedicamos a empezar este blog. Pero también le pusimos el cuerpo a otras cosas. Estamos ejercitando la celebración y el gozo, como una forma de agradecimiento por todo lo que existe. Lo bueno y lo malo.  

Inventamos nuevas aventuras. Nadar el canal de Hipocampo de punta a punta, ida y vuelta, fue más fácil que caminar los 25 kilómetros hasta el faro Querandí. En este caso el trayecto fue de 1 kilómetro y 200 metros. Desde de la casa flotante nos tiramos de cabeza al agua. Ya lo habíamos hecho el fin de semana anterior, pero esa vez solo dimos la vuelta a la isla. Como si estuviéramos en el Amazonas, nadábamos rodeados de la esplendorosa vegetación: sauces, flores silvestres, ceibos, pecanes, eucaliptus, álamos y fresnos de mano.  


En los lagos del Sur no habríamos podido hacer una travesía semejante. Allá el agua es helada, acá estaba calentita. Nadamos, flotamos e hicimos la plancha durante una hora y cuarto, en un estado de paz y relajación total. 


Cuando llegaron los primeros camalotales y empezaron a cubrir los ríos, nosotros estábamos ahí, sentados en la escalera del muelle sobre el Luján. Lejos de pensar en ataques de serpientes venenosas y demás alimañas, como anunciaban los noticieros, sacamos del agua unas bellísimas plantas. Muchas tenían una vara de flores violáceas, y en la base unos bulbos llenos de aire, para flotar. 
Las pusimos en un baldecito que también rescatamos del río, y a la noche, junto a la caja de alfajores que trajimos de la costa, se las llevamos a mi mamá para engrandecer su estanque. 

Nos abocamos a la oferta gastronómica de la zona. Lejos de internanos en los helados lagos del Sur, nos internamos los helados de Conti. Según Anibal, la segunda mejor heladería del mundo, después de Cadore de Corrientes y Rodríguez Peña. 
A pesar de que me paso horas amasando pan integral, haciendo galletitas con harina orgánica y semillas, y me especializo en preparar las mil y una recetas veganas, no somos muy ordenados con la comida. 

Nuestros lugares preferidos son La Ribera, en Villa La Ñata -allí solemos almorzar a orillas del canal, milanesas con papas fritas, empanadas, canelones- y El Apero, en Maschwitz, donde hacen el mejor asado de tira. Son antojos, y los antojos no contemplan dietas sanas. 













Ablande Obligado
El Escarabajo necesitaba un ablande después de salir del taller. Fuimos a San Pedro, la tierra donde seguramente iniciaron su viaje las naranjas del naufragio… Nos recibió la inundación, y otra vez los camalotes. Con toda la costa llena de agua, la temporada no fue buena para los lugareños. Llegamos hambrientos y después de buscar un lugar durante largo rato, nos sentamos en una parrilla. “Un asado es un asado”, contestó el mozo de mala gana, levantando las cejas y torciendo la boca. Había venido hasta nosotros arrastrando los pies y mirando para otro lado. Deberíamos haber desistido, porque dos veces le tuvimos que devolver los incomibles platos. Terminamos almorzando una ensalada con la lechuga mustia y mal lavada. Llegamos a la conclusión de que ese restaurant, que se anuncia con grandes carteles de parrilla, minutas, postres, no debería estar permitido. Durante el frustrado almuerzo, imaginamos crear una secretaría en las municipalidades que se encargue de controlar el servicio que ofrecen los locales gastronómicos. Pusimos un tarifario de multas según las irregularidades y hasta una pena de cierre definitivo si el nivel de atención alcanzara el estado de pésimo.

Solemos pasar largas horas pensando en cómo cambiaríamos leyes, el modo de hacer ciertas cosas y reformando casas y lugares. En una de esas charlas, pensando en el título de esta entrada al blog, también inventamos el lenguaje Escarabajo, el Escarargot. Ya tenemos una larga lista de palabras. Escaraviaje significa: travesía en automóvil. 

Volviendo al ablande del auto, lo más interesante fue haber llegado hasta Vuelta de Obligado, un caserío ribereño donde se recuerda el glorioso combate. 







Esta vez, con el auto vacío, logré que lleváramos las reposeras. Cómodamente sentados nos quedamos dormidos mirando el río desde la barranca. Anibal comprobó que las reposeras son imprescindibles. Nos despertó de la siesta el llanto de un bebé, no pudimos dilucidar si la mujer que lo llevaba a upa era la madre o la abuela. 


Emprendimos la retirada antes de la caída del sol. El Escarabajo se había portado diez puntos a la ida, pero todavía le teníamos un poco de desconfianza. 

Sin embargo, no tuvo ningún problema, llegando a Maschwitz fijamos fecha para salir nuevamente hacia el Sur: 10 de febrero. La espera estaba llegando a su fin.  

Continuará... (Cap. 6)  1ra Parada: la dimensión desconocida



miércoles, 3 de febrero de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 4) El cigarro de incayuyo con filtro de pino

"Fumar puede ser perjudicial para la salud", dependiendo de lo que se fume... No se agiten, no pretendo escribir en favor de la marihuana. El tema es otro. Hace más o menos 15 años que dejé de creer por completo en la medicina convencional. La de los hospitales y las prepagas -sobre todo las más caras-. Si hay un negocio tan grande y tan bien armado, a lo mejor vale la pena no confiar ciegamente en todo lo que te dicen los médicos. Yo, por las dudas, me fui alejando sanamente cada vez más de ese mundo de las "enfermedades". Hace mucho que no tengo prepaga ni obra social, ni me hago ningún chequeo general, ni ninguno de los estudios que se recomiendan para las personas de mi edad. Justamente, gracias a eso, espero vivir una vida extremadamente larga. Aprendiendo a estar cada vez más saludable y fuerte, a medida que vayan pasando las décadas. 

Para mí, el envejecimiento es una cultura heredada; no es algo inevitable. Se puede crecer, en lugar de envejecer. ¿Las arrugas, las canas, los cambios en el cuerpo? Son huellas que dejan las emociones que vamos atravesando en el camino de la vida. Pueden ser leídas como rasgos de sabiduría; no necesariamente de vejez. La idea de que con los años nos vamos a ir llenando de achaques y dolencias, es una programación ancestral. Como ocurre con todo programa, se lo puede cambiar por otro. Estamos hechos de células. Si a una célula se la mantiene bien alimentada y en condiciones de bajo estrés, puede vivir y mantenerse sana indefinidamente... Yo decidí programarme para vivir mucho más allá de los 120 y nunca dejar de nadar y andar en bicicleta. De todos modos, ¿cuántos de ustedes van a estar para comprobar si lo que digo no es una estupidez? Pero bien podrían, si pudieran creer que se puede. 


No me considero ninguna maravilla de la genética, ni tengo ningún poder especial. Soy una bestia cuando como y todavía no logro dejar de comer pizza, carne, helados; todo en exceso. Si no consigo pronto comer más sana y moderadamente, por favor, que nadie tenga el mal gusto de escribir estas raras ideas sobre la longevidad en mi lápida. Para eso prefiero copiarlo a Groucho Marx, que hizo grabar en su tumba: "Disculpe que no me levante para saludarlo." 

Trato de seguir las enseñanzas de la medicina china, -que están muy bien reunidas en el libro: El Tao de la salud, el sexo y la larga vida, de Daniel Reid-, y tomo los remedios naturales que me da una irióloga divina que anda por el mundo y que viene una vez por mes a atender a Maschwitz. Antes recibí ayuda de otra genial sanadora, que aplica la medicina milenaria de los aborígenes kallawaya, y también pasé por distintos curadores alternativos. Aprendí mucho viendo todo lo que hay en el sitio de Néstor Palmetti: www.espaciodepurativo.com.ar, leyendo libros como: La sorprendente limpieza hepática, de Andreas Moritz; Hay una cura para la diabetes, del Dr. Gabriel Cousens; Cómo criar un hijo sano a pesar de su médico, del Dr. Mendelsohn; La mafia médica, de la Dra. Ghislaine Lanctot, y viendo la imperdible y maravillosa conferencia en Youtube, del oncólogo español Alberto Martí Bosch. Pero ahora acabo de descubrir algo que sintetiza y supera todo lo anterior: el biomagnetismo médico, también conocido como par biomagnético. La cura de cualquier enfermedad, -incluso las que la medicina convencional considera incurables-, es posible con unas pocas sesiones en las que se aplican unos imanes sobre puntos claves del cuerpo, sin que ni siquiera sea necesario desvestirse. 

Entendí que las claves de la buena salud pasan por seguir una dieta alcalinizante, aprender a manejar las emociones -asumiendo la actitud comprometida de resolver los conflictos que las causan-, y armar la vida de acuerdo a los sueños. Lo de la dieta es lo que más me cuesta, porque todavía soy muy glotón. En lo demás vengo bastante mejor... 


Todo este prólogo para adornar algo tan tonto que, de otro modo, ni valdría la pena contarlo. La médica kallawaya me recetó una vez, hace años, que fumara incayuyo en pipa. No recuerdo bien cuáles eran los beneficios pero sí que le hice caso. El incayuyo es una hierba que se vende en las dietéticas y que sirve para hacer un té digestivo. 

Yo nunca fui ni seré un fumador. Al conocer a Flor, empecé a acompañarla en su hábito de fumar, compartiendo alguna que otra pitada de sus cigarrillos. Ella es de los que compran papel para armar, filtros ecológicos biodegradables y tabaco sin agregados químicos. Es bastante mejor que fumar los paquetes de marca del kiosco. Un día le propuse que armara uno de sus cigarrillos mezclando tabaco con incayuyo y le gustó. 

En la mezcla fue aumentando cada vez más la proporción de incayuyo, hasta que el tabaco pasó a ser apenas un condimento. Con lo cual, casi sin querer, logré que mi amada prácticamente dejara de fumar tabaco. Igual, el humo caliente, aunque sea de otra planta, no es bueno para los pulmones. Por eso conviene fumar en pipa: no hay combustión de papel y no se traga el humo. Pero en Monte Bubi descubrí algo mejor... 

El filtro de pino
Se me cayó un tornillo. Pero no era uno más de los tantos tornillos que me faltan. No, este salió de un enchufe que estaba tratando de arreglar en la mesa del camping. Al buscarlo en el suelo me quedé mirando otra cosa que capturó mi atención. 



Era un pedacito de rama seca del pino que nos servía de guarida para la carpa. Lo vi con ojos de inventor. Flor estaba cerca mío, a punto de armar uno de sus cigarrillos, y le pedí que usara ese tronquito como filtro. Ya está acostumbrada a mis rarezas y se entusiasmó igual que yo con el experimento. ¡Qué bueno cuando la persona que tenés al lado se prende en tus disparates y se divierte más que vos! 


El tamaño de lo que pusimos en lugar del filtro era ideal y el cigarro quedó perfecto. Lo prendí. Al pitar, el aire fluía a través de la ramita y, en la otra punta, el incayuyo se ponía incandescente. ¡El tronquito cumplía maravillosamente la función de filtro! Pero lo más impresionante fue el sabor. Nunca habíamos fumado algo tan rico: incayuyo con gusto a pino. Continuará... (Cap. 5) En espera del escaraviaje