jueves, 3 de marzo de 2016

"Para abajo, Escarabajo!" (Cap. 11) Epu Lauquen, Chos Malal; ¡llegamos a la Patagonia!

Cuando entramos a Monte Bubi el 24 de diciembre, echando una nube de humo blanco por el escape y fumigando a todos los que estaban en el camping como si fuéramos los del servicio contra el dengue, era difícil pensar que el Escarabajo llegaría algún día de verdad a los lagos del Sur. Pero hace varios miles de kilómetros que el paisaje y los nombres en los carteles nos confirman que, otro sueño delirante de los nuestros, ya es una realidad. No quiero revelar lo que veo, ahora mismo, desde la ventana donde escribo. Me aguanto por no matar el suspenso del relato. Estoy donde la línea completa del horizonte se esconde detrás de la niebla. Hay un rumor que se repite eternamente y el viento porta un acento distinto, mezclado con olor a pescado. Ya dije mucho, vuelvo hacia atrás... 

Las piedras castigan el piso del auto a medida que avanzo por caminos de montaña. Cada tanto se oye como un disparo bajo nuestros pies y Flor pega un grito mientras se las ingenia para no volcar el mate que nos va cebando. Las Pirelli 5.60.15 vienen soportando estos caminos sin una sola pinchadura. Yo voy a la velocidad que tengo que ir para poder llegar. Por momentos estamos en un rally. "¡Curva a la derecha con bajada!" "¡Contracurva a la izquierda muy cerrada!" "¡Allá viene un auto de frente, cuidado! La acompañante va anunciando todos los desafíos. Aquí es donde se ve de qué esta hecho un Escarabajo alemán de los años ´50. Trepando subidas muy empinadas, rebotando en los serruchos, aguantando la tierra y los vientos que en vano intentan sacarlo de su destino. Nunca mejor dicho un "¡allá vamos!" 

Epu Lauquen significa dos lagunas. Es un área protegida en el norte de la Provincia de Neuquén. La codicia y la ignorancia de los hombres que proliferan en el "mundo civilizado", no han llegado todavía hasta aquí. Aunque muy cerca, en el camino a Epu Lauquen, ya se ven grandes plantaciones de pinos que en pocos años se van a llevar puesto también este maravilloso paisaje originario. A no ser que alguien haga algo pronto para impedirlo, el negocio de la madera no dejará de arruinar para siempre, buena parte de lo que hoy nos resulta tan fascinante. Y lo poco que se salve del avance de la industria del pino, acabará siendo pisoteado por la falta de imaginación y sensibilidad de los que se dedican a la explotación comercial del turismo. "Mejor no pino", decía Flor, acusándome de censurar sus críticas, pero yo voy a opinar en la misma dirección que mi compañera. 


Yo les pregunto a los que se dedican al negocio de la madera; ¿por qué en vez de seguir plantando pinos, no se ponen a plantar bambú? ¿Tienen alguna idea del enorme potencial del bambú para construir casas, que además tendrían la ventaja de ser antisísmicas? ¿Saben la calidad de revestimientos que se logran con el bambú y la aplicación que tiene en la fabricación de muebles, bicicletas, tablas de nieve o snowboards y una infinidad de usos? ¿Para qué seguimos plantando pinos que luego se expanden sin control hacia las zonas de árboles nativos? En el bambú, aunque existen variedades que son muy invasoras, si se elige la especie adecuada, desarrollará una mata de no más de 3 metros de diámetro y será perfectamente manejable. Es una gramínea; o sea, un pasto gigante. Hay tipos de bambú que producen cañas de más de 20 centímetros de diámetro, con alturas que superan los 15 metros. 


Cuando fui hace un par de años a Costa Rica para participar de un taller de construcción natural que dictaba Martín Coto, uno de los más grandes maestros bambuseros del mundo, quedé extasiado al ver una caña de 60 centímetros de circunferencia por casi 20 metros de alto. Me abrace a esa columna de acero vegetal y lloré de emoción. Pero si yo cortaba esa caña, al cabo de unos 2 años volvería a encontrar otra caña igual, en la misma mata. Es un pasto; si lo cortan vuelve a crecer una y otra vez por más de un siglo que es lo que se estima que dura un bambuzal. Cuando llega el final de ese ciclo, todas las matas de bambú, que a veces cubren grandes extensiones formando un bosque de caña, florecen al mismo tiempo y mueren. Pero esa flor que da el bambú por única vez en su vida, justo antes de morir, no es otra cosa que la semilla que producirá su renacimiento. Así, a los 7 años, otra vez estará el bambuzal como nuevo, esperando ser cosechado. ¡¿Cómo puede ser que no estemos aprovechando esta maravilla que nos ofrece la Naturaleza?! 

Y también le pregunto a los políticos: ¿Cuánto vamos a tener que esperar para que aparezca algún Intendente con mayúscula o un Gobernador o un Presidente que impulsen el desarrollo del bambú para aplicarlo a la construcción de viviendas? ¿Para qué seguir arruinando el planeta con tanta producción de hormigón armado y acero, cuando podemos hacer mejores estructuras con bambú? 

Yo todavía espero cumplir la promesa de traer a Martín Coto a la Argentina, para que nos de unos buenos talleres de construcción y manejo de cultivos de bambú. A ver si logramos despertar y dejamos de plantar pinos y de construir con hormigón, acero y ladrillos. Nunca se sabe, quizás estas líneas inspiren a algunos espíritus resueltos y emprendedores y podamos ver el inicio de la era del bambú en nuestro atrasado país... 
Mientras tanto, volvamos a la ruta. 

Un destino insondable
"No se le ha encontrado profundidad", advirtió la jovencita que nos recibió en la entrada a Epu Lauquen. A mí me pareció que la construcción de esa frase no podía ser suya. Supe que la chica repetía la oración como si fuera una consigna, un santo y seña. Son esas cosas que se dicen cuando se quiere crear misterio. Ni Flor ni yo dijimos nada pero los dos pensamos lo mismo: "¿No se le ha encontrado profundidad porque es insondable o es que no lo midieron?" Por fin habíamos llegado a los lagos del Sur. Por más que se empeñen en traducir lauquen como laguna, para nosotros era un lago. Al salir de la oficinita de madera, fuimos a sacarnos la primera foto a la orilla del agua. 

Armamos la carpa. Al fin teníamos la oportunidad de probar nuestro invento exclusivo; los colchoncitos de cuna. Cuando estuvimos en Monte Bubi, al sur de Gesell, no nos resultó fácil dormir sobre el piso duro del camping. Teníamos esos aislantes, que son bastante más gruesos que una feta de jamón cocido, pero igual no alcanzaba. Nos levantábamos más duros que Tutánkamón. Así que empezamos a diseñar alguna colchoneta que pudiéramos meter en el Escarabajo, sin sacrificar la Santa Reposera de Flor. Entre las pruebas que hicimos mientras Supermachke y Beto se ocupaban de arreglar nuestro auto, ensayamos una colchoneta inflable. No terminaba de ser lo más cómodo del mundo pero el problema era que el plástico hacía ruido al moverse. No era un sonido inspirador para el sueño. Y para otras cosas, menos. Además tardamos más de media hora sin poder desinflarla del todo. El tema fue quedando para otro día, hasta que nos acordamos de esto a último momento, la tarde anterior a la partida. Terminamos comprando dos colchoncitos de cuna de 50 centímetros de ancho por 1 metro de largo que calzaban bastante bien. Uno en el asiento trasero y el otro bajo la luneta. Uno tiene flores y el otro calesitas, ositos y demás motivos infantiles. 
Pasamos a despedirnos de mis viejos y cometí el error de responderle a mi mamá, -siempre interesada en saber de dónde vengo-, que veníamos de comprar dos colchoncitos de cuna. "¡Van a tener mellizos! ¡Yo se los cuido, yo se los cuido!" Era inútil querer explicar nada, cuando a una idishe mame se le mete algo en la cabeza, no hay quien la pare. Después de cenar nos despidió en el ascensor diciendo: "Yo entiendo si no me quieren contar ahora, pero quédense tranquilos; cuando los quieran dejar acá, yo los voy a cuidar muy bien." 

Era difícil cerrar la carpa. Un poco porque nos había quedado muy tirante pero, más que nada, porque no queríamos dejar de ver el paisaje. Flor se dedicó a la fotografía y, por suerte, también a la cocina. Me encantan sus fotos y más aún sus comidas. Saboreamos el postre, en los colchoncitos de cuna con vista al lago. 






Imagino un econáutico de casas flotantes de bioarquitectura, en las bahías calmas que hay en este lago. Pienso en un lugar diseñado para un tipo de visitantes muy interesados en la ecología. Un centro de artes con un restaurant de comidas orgánicas y varias cabañas flotando sobre la transparencia. Imagino un sumergible de ferrocemento con motor eléctrico, para paseos bajo el agua. Aquí el viento empieza cuando sale el sol y crea un destino ideal para la navegación a vela, el windsurf y otras disciplinas de viento. Hay una cascada cerca y otras lagunas en lo alto de las montañas. 











Es necesario crear un proyecto de turismo sensible y original que impida el desembarco de los operadores turísticos convencionales que se mueven por interés comercial. La mejor manera que conozco para proteger un lugar como este, es ocuparlo con un emprendimiento permacultural. Eso atraerá a personas muy especiales de distintas partes del mundo, quienes vendrán justamente a buscar ese tipo de propuesta. Epu Lauquen merece algo así y yo estaría encantado de hacerlo. 



Continuará... (Cap. 12) El tigre del circo 

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