Estalló sobre el obispo la poderosa luz del flash. Esa
que congelaría eternamente la imagen de su pecado, ¿pecado? Al menos un retrato
diferente al habitual, al de él predicando en un púlpito frente a cientos de
feligreses.
El hombre se salió de sus cabales. “La maldigo, la
maldigo por siempre…”, gritaba señalando con su dedo índice. Metía miedo como
un hechicero al invocar poderes malignos. La pesada sotana negra lo hacía
parecer gordo –quizás lo era-. Su cabeza calva refulgió, igual que la gran cruz
de plata sobre su pecho. Era de madrugada, bebía un whisky doble on the rocks. Acodado sobre la barra del
bar parecía dormirse, babeaba su borrachera. Los ojos celestes se le pusieron
en blanco mientras furseaba las maldiciones. Se alejó hacia su habitación arrastrando
los pies.
El fotógrafo y yo habíamos ido a Bariloche a cubrir una
temporada de invierno para la revista Caras. Volvíamos de una fiesta en el
centro. Nos alojábamos en el Llao Llao, era de madrugada, y también habíamos
bebido bastante. Sin embargo, no hay nada que haga que dos periodistas se
“coman” una nota, o al menos una foto que sobresalga en la página de vidriera.
Más de veinte años después, recorro con Anibal los
pasillos del hotel. Mi memoria expulsa, pone en palabras, recuerdos propios y
ajenos. Traspasar las puertas del Llao Llao me produce algo mágico y
misterioso. No es un hotel cualquiera. No solo porque es un desparramo de lujo
y buen gusto al mejor estilo patagónico –el hecho de que pertenezca a la cadena
de los Leading Hotels of the World lo dice todo- sino porque, justamente, de
alguna manera extraña allí se entretejen diferentes épocas de mi vida, que
sucedieron en las diferentes vidas que también tuvo el hotel.
Noches de
boliche y una beba abandonada
Hay una historia que transcurre en este lugar y que circula
en mi familia desde que soy muy chica. Tiene que ver con la fuga perfecta que
mis padres planearon antes de mi nacimiento. La concretaron cuando cumplí dos
meses. “Yo quería tenerte y rajar”, confiesa hoy mi madre. Cuarenta y cinco
años después. Sin excusas ni remordimientos. No la culpo, yo habría hecho lo
mismo. Dejaron a su primogénita al cuidado de los abuelos maternos, Lucía y
José, a quienes les tenían una confianza ciega, y se fueron a festejar.
Era una celebración concebida durante el embarazo. Contrataron
un paquete de una semana en la empresa Sol Jet, y se fueron en avión a
Bariloche con una pareja de amigos. Se hospedaron en el Llao Llao. La
habitación que ocuparon estaba en una especie de altillo que tenía una claraboya
en el techo. La vista de noche era hermosa, en el cielo resplandecían la luna y
las estrellas, esa imagen le quedó grabada a mi mamá para siempre.
Mis padres y sus amigos veinteañeros pasaban los días de
excursión en excursión –la isla Victoria y el bosque de arrayanes, cerros Otto
y Tronador, el camino de los 7 lagos…-. Las noches transcurrían en las pistas
de baile. Bety y Alejandro se sumaron al grupo, un matrimonio de sordomudos
uruguayos que a través de señas y papelitos escritos a las apuradas, se
convirtieron en esos inseparables amigos con quienes se comparten los veranos,
y luego se desvanecen. Era sorprendente como ellos “escuchaban” la música a
través de la vibración que transmitían los pisos de madera de las boites.
Las mujeres se ponían las minifaldas más cortas que
encontraban en sus maletas, se pegaban las pestañas postizas, se calzaban altísimas
plataformas, y se iban a bailar al ritmo de la música beat del brazo de sus maridos. El hit “De boliche en boliche”, interpretado por Los Naufrágos, sonaba
en las discos hasta el amanecer. Ellos no se divertían con drogas de diseño ni
los perseguía el fantasma del precio dólar. Se divertían con pavadas. Se reían cuando
la gente los confundía a los seis con sordomudos. Ellos seguían el juego y,
como Bety y Alejandro, terminaban comunicándose a través de señas y papelitos. Una
forma inocente de ponerse en la piel del otro.
En ese momento, el presidente de facto Roberto Levingston
gobernaba el país y pasaba unos días de descanso en el Llao Llao. O estaría en
alguna misión de Estado, porque solamente gobernó durante nueve meses, un
período muy corto como para haberse tomado vacaciones. A mi madre le llamaba la
atención el cordón rojo que dividía el comedor en dos sectores, uno para el primer
mandatario y su equipo, y otro para los huéspedes comunes.
El país venía atravesando sus primeras convulsiones. Se
vivía un clima totalmente distinto al de 1934, el año en que se creó el Parque
Nacional Nahuel Huapi, y en el que se comenzó a pensar en la construcción de un
magnífico hotel internacional en Bariloche.
La obra la realizó el mítico arquitecto Alejandro
Bustillo, quien se encargó de buscar un emplazamiento sublime, sobre una
colina, en una península entre los lagos Moreno y Nahuel Huapi. Tras cuatro
años de faena, en febrero de 1938, se inauguró el Llao Llao. Pero esa no sería su
única apertura. Casi dos años después, un gran incendio lo destruyó por
completo.
Como el Ave Fénix, rápidamente resurgió de sus cenizas y al año
siguiente se reinauguró. Con el país en época de bonanza y Europa en guerra, miembros
de la aristocracia, del arte y de la diplomacia mundial, se entregaron a los
placeres de la buena vida en las instalaciones del Llao Llao. Era un buen
negocio. Mis padres, que no pertenecían a ninguno de esos estratos sociales,
llegarían 30 años después, hacia los finales de ese fervor fiestero.
En el ’78 la realidad política había tomado tintes
oscuros. El cerrojo de su puerta principal fue trancado. Las espléndidas vistas
de las ventanas tapiadas con maderas rígidas. El brillo de las fiestas se apagó
y la música dejó de sonar. La situación de la Argentina había cambiado y al
gobierno de turno ya no le interesaba mantener un hotel de esas características.
Fueron quince años de silencio, abandono, y muebles tapados con sábanas
blancas.
Así permaneció hasta 1993, cuando fue privatizado con
bombos y platillos. Volvió a abrir sus puertas como Llao Llao Hotel &
Resort, Golf-Spa. La fiesta comenzó otra vez. Yo transitaba mis primeras experiencias
en el periodismo y traqueteaba sin parar en un ámbito que para mí fue como una
escuela: la revista Caras de los años menemistas. “La revista de la reelección”,
como decía la directora con orgullo, parada en medio de la redacción para que
todos comprendiéramos el tono que debíamos darle a las notas. Mucho glamour,
mucho Miami, los cristales de Maia Swarovski, mansiones espectaculares,
vestidos de diseñador, y rostros de cirugía estética.
El romance perfecto
El fotógrafo que disparó el flash sobre el furioso obispo,
fue uno de los amores más intensos de mi vida. Me enamoré en el momento mismo
en que nos presentaron. Cuando el editor nos llamó a los dos a su oficina y nos
comunicó que en menos de una semana saldríamos a una importante misión en
Bariloche: cubrir las vacaciones de invierno de los ricos y famosos en el centro
de esquí del Cerro Catedral. La misión se transformó en una luna de miel de 40
días –aunque el amorío duró unos cuantos años más-. ¡Qué se le va a hacer! ¡Estuvo
todo servido en bandeja!
Trabajábamos mucho, pero el sacrificio tenía sus
recompensas. Canjes en los mejores lugares para comer; ahí supe lo que era un
metre, un sommelier, conocí la cocina alemana y las carnes patagónicas, aprendí
a distinguir un buen vino de uno medio pelo. La pizza y el champagne. Supe cómo
oler y degustar platos confeccionados por reconocidos chefs, y a apreciar la buena
vajilla. Teníamos todos los gastos cubiertos contra factura, es decir, sin límites.
Los lugares eran paradisíacos sin excepción. Hacía frío en la nieve. Había que
abrazarse mucho para entrar en calor. Tomé clases de esquí, terminé haciendo
culopatín.
La era analógica
Corrían otros tiempos, sin celulares ni Internet. Escuchábamos
música en el walkman, grababa las notas en cassettes grandes, las fotografías
se tomaban con rollos (no menos de 20 por producción), y las comunicaciones telefónicas
eran a través de líneas fijas. Escribía las notas en una máquina prestada por
el hotel, y las mandaba por fax. Si el fax no funcionaba, las dictaba por
teléfono. Los rollos iban por avión una o dos veces por semana.
Para las notas de cierre corríamos por la nieve más de 30 kilómetros al aeropuerto de Bariloche en un Renault 12 alquilado que se portaba bastante bien. Sabíamos exactamente a qué hora había vuelos a Buenos Aires, preparábamos sobres de cartón y nos encomendábamos a Dios.
La pérdida de alguno de esos sobres podía significar una catástrofe. Páginas en blanco, momentos imposibles de reconstruir, primicias publicadas por otros medios antes que nosotros. No se trataba de profundos temas existenciales, se trataba de romances, embarazos, tetas nuevas, contratos de negocios, y de ayudar a crear una masa crítica de cabezas huecas. Una operación que funcionó muy bien, y que terminó muy mal. Nuestra base de operaciones era el Llao Llao. Si trabajábamos hasta tarde o había tormentas de nieve que no nos permitían volver, teníamos cuartos de back up en el hotel Pire Hue, en la base del Catedral.
Para las notas de cierre corríamos por la nieve más de 30 kilómetros al aeropuerto de Bariloche en un Renault 12 alquilado que se portaba bastante bien. Sabíamos exactamente a qué hora había vuelos a Buenos Aires, preparábamos sobres de cartón y nos encomendábamos a Dios.
La pérdida de alguno de esos sobres podía significar una catástrofe. Páginas en blanco, momentos imposibles de reconstruir, primicias publicadas por otros medios antes que nosotros. No se trataba de profundos temas existenciales, se trataba de romances, embarazos, tetas nuevas, contratos de negocios, y de ayudar a crear una masa crítica de cabezas huecas. Una operación que funcionó muy bien, y que terminó muy mal. Nuestra base de operaciones era el Llao Llao. Si trabajábamos hasta tarde o había tormentas de nieve que no nos permitían volver, teníamos cuartos de back up en el hotel Pire Hue, en la base del Catedral.
Entrevistamos a
modelos, actores, políticos, músicos, habitantes del lugar e integrantes de la
High Society porteña. Pasó tanto tiempo que no recuerdo bien a los personajes.
Solo a algunos: Daniela Cardone –que
atravesaba su época de top model- y su marido de entonces, el cirujano plástico
Rolando Pisanú; Mariano Grondona; el matrimonio de Omar y Liz
Fassi Lavalle; Deborah del Corral; Vicky
Fariña; Roberto Giordano; Zulemita Menem; el ministro Cavallo y Manzano –que se
había operado los glúteos para tenerlos más parados-. Y muchas, muchas más personalidades
que se imprimieron esa temporada en las páginas de Caras fotografiados en la
nieve.
Después de esa experiencia fueron tantos los viajes, las
notas, los distintos medios para los que trabajé, los otros amores que inundaron
mi corazón, que gran parte quedó lacrada y archivada en mi memoria. Confidencial,
hasta ahora que resurgen. Algunos.
Aunque no estaba en los planes, el día que pasamos en
Bariloche le pedí a Anibal que fuéramos hasta el Llao Llao. Un éxodo hacia el
pasado. Quería comprobar cuáles eran los rastros que quedaban en mí de una
existencia anterior. Me costó ubicarme, reconocer y reconocerme. Temí no
haberme dado cuenta de que en algún momento desencarné. Viajábamos juntos pero
introspectivamente, cada uno reviviendo momentos propios. Esos que por más que
se cuenten, son imposibles de transpolar. Para los dos significó uno de los paseos
más movilizadores del viaje; él se encontró con sus recuerdos en el Gran Hotel
Panamericano, y yo con los míos en el Llao Llao. Reflejarme en ese espejo me
reconfortó. Me identificó.
Al terminar la visita por aquellos páramos, detuvimos el
Escarabajo frente al lago majestuoso, bajamos la heladerita –que más que de
refrigerador siempre nos sirvió de alacena-, y pusimos la mesa sobre la base
del tronco cortado. El mismo que plantaron cuando Anibal correteaba por ahí a
los 7 años. Extendimos un repasador nuevo pero sucio, comimos salvajemente con
las manos unas ricas sobras del día anterior, nos limpiamos con rollos de cocina, y tomamos vino del pico de la botella. Miro a mi amado compañero y me doy cuenta de todo lo que en este lugar aprendí también sobre
el amor. Pero ya muy poco tengo que ver con
el glamour. Prefiero vivir en la aventura.
que hermoso!!!!
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