EPÍLOGO
por Anibal Guiser Gleyzer
Yo no tendría que escribir este epílogo y quienes
lo lean no deberían leerlo. Sin embargo cuando el instinto empuja más allá de
la razón no es razonable hacer lo correcto. Ha pasado ya suficiente tiempo como
para quedarnos con un “Continuará…” Aunque
me resista a creer que sea este el final, hubo anuncios durante el camino que
facilitan la aceptación. Nada termina y, en todo caso, ¿por qué quedar
detenidos ante un triste desenlace? Incluso si los años confirman la
permanencia de este último acto; de esta disolución que tanto nos ha
desilusionado. ¿Por qué se vuelve tan importante el final cuando no resulta ser
feliz? ¿Acaso la melancolía sea un poderoso placer no reconocido que se impone en
la memoria por encima de todas las maravillas vividas? No encuentro esa
frontera en mis pensamientos. Siento tanto gozo en la triste añoranza como en
la recreación de cada instante de felicidad. Nada tengo para reprocharnos. Solo
amor, agradecimiento y la mueca de una suave sonrisa aparecen en mi corazón, al
mirar toda la hermosura que alcanzamos juntos con mi amada Flor. Es lindo cuando
hay paz en la tristeza. Un puerto calmo para el arribo de un nuevo amor o para
recuperar la nave que tanto amamos. Después de las tormentas, más allá del
naufragio hay barcos que vuelven a navegar…
El viaje de ocho mil kilómetros que completó el
Escarabajo es admirable para un vehículo de tantos años. Yo sabía de su poder
pero igual mi alma quedó asombrada. Mi mente se impregnó para siempre con los
más bellos momentos de esta aventura. Pero me siento inútil para hacer que este
original relato de viaje encuentre una editorial que le dé formato de libro. No
importa.
Nadie nos quita lo bailado.
Cruzamos la Patagonia desde Futalaufquen a Puerto
Madryn y comenzamos a subir hacia el norte recorriendo algunos pueblitos de
mar. En una misma cuadra de Pehuén Co encontramos un par de construcciones
alucinadas. La ferretería “El Ovni” que sorprende en una esquina con su forma
de platillo volador de cemento. Y en la vereda de enfrente alguien construyó
una enorme casa que reproduce todos los detalles de un buque. Yo -que vivo en
una casa que flota sobre el agua- quedé fascinado al ver en ese pueblo
semejante ocurrencia. Es la misma idea pero al revés: una casa sobre el agua es
algo tan inesperado como un buque de ladrillos en medio de un barrio. ¿Será el
mismo dueño de El Ovni quien construyó ese barco en tierra? Alguien se estuvo
divirtiendo mucho en esa calle de Pehuén Co. Difícil hallar un mejor escenario
para un capítulo de La Dimensión Desconocida.
En cierto punto decidimos que era hora de acortar
el camino de regreso a casa y abandonamos la costa atlántica para tomar la Ruta
3. La vía principal que va de Buenos Aires al Sur era y sigue siendo una
angosta cinta asfáltica, donde la masa de aire que desplaza cada camión golpea
al auto en cada cruce. A eso se sumaba la huella del tránsito pesado marcada en
la superficie de la ruta. El Escarabajo viajaba en un constante zigzag
bandeando la cola de un lado a otro al morder los surcos del camino. En medio de
esa peligrosa danza apareció como un espejismo del campo el edificio
de una estación de peaje. Decidí no exaltarme ni ponerme nervioso. Con mucha
serenidad y hasta con una amable sonrisa le dije a la cajera: “Por favor
levante la barrera porque no vamos a pagar. Es increíble que cobren peaje con
la ruta en semejante estado. Ya sé que usted es una empleada y no tiene la
culpa pero la ruta está toda rota y yo no tengo porqué aceptar mansamente que
me roben.”
La chica levantó un teléfono y casi al instante
recibió la orden de levantar la barrera. La estafa era tan grosera que el
supervisor ya no perdía ni un segundo en discutir. De todos modos, para la
empresa que tiene esa concesión es mucho más negocio dejar pasar a diez tipos
de cada cien y cobrarle a los otros noventa que arreglar la ruta. Vivimos en la
Argentina: un país donde los vivos se aprovechan de los buenudos.
El camino era largo bajo el sol y entramos en esa
pesadez donde comienza el adormecimiento. Algo teníamos que hacer y pronto para
mantenerme despierto. Se me ocurrió un juego con una divertida trampa. Como
algunos de los autos que se cruzaban con nosotros nos saludaban con sus luces
al ver al Escarabajo, le propuse a Flor adivinar quién nos haría luces y quién
no. Lo que ella no sabía era que yo estimulaba a los que venían de frente
haciéndoles señas con el cambio de luces que se controla con un botón de pie
que ella no podía ver. Así cuando yo les hacía luces casi siempre me respondían
y ganaba todas las apuestas. Me delató una risa incontenible y Flor por fin
descubrió mi truco. Entonces pasamos a otro juego donde no podía haber engaño
alguno. Teníamos que adivinar la primera letra de la patente de los autos que
venían en sentido contrario. No había mucho tráfico así que el tiempo entre un
auto y otro lo ocupábamos cantando cada uno su letra elegida como si fuera el
canto de una hinchada. Perdí por paliza en medio de unos ataques de risa que en
varios momentos casi me obligaron a detener el auto. No sé cuánto tiempo
estuvimos así. Pocas veces me he reído tanto en mi vida. La modorra desapareció
por completo. Manejé, manejé, manejé… y por fin llegamos a Maschwitz como a las
cuatro de la mañana.
Lo que hubo después fue mucho amor pero mayor
decepción. No perderé el tiempo tratando de ser justo en la narración de los
hechos. En el reparto a mí me tocó el amor y a Flor el desencanto. Al volver nos
enfermamos los dos, yo peor que ella. Me cuidó con un amor tan bello que no me ha
dejado espacio para el olvido. Sin embargo yo entré en un pozo del que no
lograba salir. Era una zona de confort matrimonial que me mantenía apartado de
mi propio mundo flotante. Mi espíritu se marchita cuando no me siento libre.
Cuando la sensualidad de la vida queda restringida al ámbito de la pareja. No
logro entender qué tiene que ver la posesión con el amor. Para mí son cosas
opuestas. Donde hay amor no puede haber celos. Cuando amo, mi misión como
amante es servir a la felicidad de mi amada. No necesito exigirle exclusividad.
Me hace feliz verla libre por la vida y cuanto más salvaje y desapegada
la percibo en el uso de su libertad, más admiración y deseo me inspira.
Ella estaba lista para cumplir el sueño de vivir un tiempo en Brasil y se fue a trabajar a
un lugar hermoso junto al mar. Me hubiese gustado poder intercambiar algún mensaje cada tanto pero me alegra su vuelo, imaginarla en
su nuevo plan de vida librada ya de muchas cosas que necesitaba dejar atrás.
Aunque lamento haberme convertido en una de esas cosas.
El Proyecto Rambler seguirá su camino. Hay que
terminar de restaurar una Rambler Cross Country de 1967 para cruzar el mapa de
América y preparar mi velero Terrible para remontar los ríos hasta Paraguay.
Los próximos relatos sumarán el formato audiovisual y transitarán el capricho
de convertir la vida en un permanente hecho artístico. Nos volveremos a
encontrar donde siempre, en el viaje.
FIN..?